El Padrino: cuatro décadas de gloria

Por: Juan Fernando Pachón Botero

Pocas veces en la historia del cine, una película ha logrado tal nivel de unanimidad en torno a su calidad y técnica como El padrino. Basta repasar las diferentes clasificaciones y encuestas a nivel mundial para constatar la importancia manifiesta de esta historia que asombra por su grado de excelencia.

El padrino es al cine, como La novena sinfonía de Beethoven, a la música; como El David de Miguel Ángel, a la escultura; como La Ilíada de Homero, a la literatura; o como La Última cena de Leonardo Da Vinci, a la pintura. Tal es su relevancia, que la crítica se rinde ante sus pies, y no duda en catapultarla al Olimpo del séptimo arte, incluso por encima de cintas tan distinguidas como El ciudadano Kanede Orson Welles y Casablanca de  Michael Curtiz.

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La trama se desarrolla en la Nueva York de los años 40. Cuenta la historia de una de las cinco familias más poderosas de la mafia, que se enraizaron en EEUU, y de cómo aplicaban sus particulares métodos ultraviolentos a los opositores. Siempre regidos bajo los estrictos códigos familiares, basados en la lealtad y el respeto. Cada personaje es dueño de un mundo diferente y complejo. Todo enmarcado en la eterna lucha interior entre el bien y el mal.

EEUU, 15 de marzo de 1972, el día D, fecha en la cual vio la luz esta cinta de carácter casi mitológico y realización casi milagrosa. Puesel detrás cámaras de esta obra cumbre, esconde una historia tan fascinante como contradictoria: Mario Puzo, el autor de la novela que sirvió de inspiración para la película, no quedó a gustó con su producto terminado, solo la publicó por un  mero interés monetario. La Paramount Pictures, productora del film, la clasificó como una película clase B: para la parrilla de televisión. Francis Ford Coppola, su director, no quería emprender esta arriesgada empresa, dado que él, siendo de origen italoamericano, temía que esta película fomentara los antivalores de los americanos de origen italiano. Además, consideraba que la novela mostraba una cara muy amable y atractiva del mundo de la mafia. Marlon Brando, su protagonista, inicialmente no fue visto con buenos ojos por el equipo de producción, dada su fama de divo y sus constantes excentricidades en el escenario. Los italoamericanos en EEUU, amenazaron con boicotear la producción, incluso se supo de amenazas de muerte. Sumado a todo esto, corrían rumores sobre presuntas consultorías técnicas a los jefes de la mafia, y  del aura gansteril de algunos actores y extras de la película.

Son cuatro décadas de admiración y asombro. Es innegable el aporte que El padrino ha dejado como legado a la cinematografía moderna. Su influencia cultural es indiscutible. Tanto así, que se ha llegado a relacionar el resurgir del fascismo con las prácticas políticamente incorrectas que se exhiben en la película. En las escuelas de cine hay cursos que se dedican a estudiar desde varias perspectivas lo que atañe a su producción, desde las técnicas de la luz para las tomas de cada personaje, hasta la gama de sonidos adecuados para determinadas escenas. Y es que la película es tan compleja que hasta un  hecho tan, en apariencia, simple como unas naranjas en escena, siempre va a simbolizar que la muerte, para Don Vito, anda rondando: Basta observar la escena del atentado contra su vida en el puesto de frutas, y luego la de su propia muerte mientras juega con su nieto (enseñándole a éste, unos dientes hechos con cáscaras de naranja), para percatarse de ello.

Quizás uno de los aspectos más atractivos de la cinta sea los sentimientos encontrados que allí convergen: Por un lado, la mano implacable, cruel y destructiva de Don Vito y su séquito para con sus enemigos; por el otro, la ternura y dulzura para con los suyos. Desde el análisis estrictamente psicológico la pregunta que surge es: ¿Cómo pueden convivir el bien y el mal en un mismo ser? Pues las imágenes y los hechos hablan por sí mismos.

Unos de los puntos altos de la película es observar la metamorfosis de Michael, el hijo menor de la familia.  Es apasionante diseccionar el personaje desde que llega de la guerra como todo un héroe nacional, hasta llegar a convertirse en el pragmático capo de la Cosa Nostra en los años 50. Es notable ser testigo del cambio, diametralmente opuesto, que una mirada suave e inocente puede sufrir hasta llegar a ser gélida e impenetrable.

Qué decir de la disparidad en la psicología de los otros dos hijos de la familia Corleone: Sonny (Santino), epítome de la violencia y la irracionalidad. Nadie está por encima de él, solo su padre. Muere como vive (una tormenta de balas lo convirtió en colador humano), y vive para su familia. Del otro lado está Fredo, débil y torpe, esa misma condición lo llevará a traicionar a los suyos. Muere como vive (es conducido al patíbulo engañado como un niño), y vive para sí, para nadie más. Tal vez un aspecto a discutir de la película es la ausencia de personalidad y trascendencia de Connie, la única hija de la familia Corleone. Es una simple figura decorativa. Quizás simbolice el papel secundario que históricamente han asumido las mujeres en los negocios de las familias mafiosas de Italia, salvo la despiadada y bella Lucrecia, del clan de los Borgia en el siglo XVI.

El padrino es una película sobre la mafia, pero no de mafiosos. Resulta muy perturbador para nuestro nivel de moral, que el mundo allí retratado registre personalidades tan carismáticas y encantadoras, a sabiendas de las negras intenciones que sus mentes maquinan. ¿Cómo es posible comprender que una misma mano sea capaz de empuñar un arma para aniquilar la vida de un enemigo y luego, acariciar suavemente el rostro de un niño para consolarle? ¿Cómo es posible entender que un mismo corazón clame por sangre y luego se entregue al amor más puro? Esta dualidad hace de la película un escenario fascinante para entregarnos a su deleite.

La música, elemento clave en el éxito de un filme, aquí no es la excepción. Nino Rota, compositor milanés, se hace inmortal con su magnánima creación. La melodía que acompaña los momentos más memorables de la película le imprime un tono de solemnidad a cada movimiento, a cada plano, a cada mirada; evoca la nostalgia de aquellos tiempos, no importa que fueran tan violentos, porque la belleza de las notas disfraza la maldad de quienes allí habitan.

En alguna ocasión Coppola comento acerca de las similitudes sustanciales entre El rey Lear de William Shakespeare y El padrino de Mario Puzo, en cuanto al hecho de que en ambas historias el eje central gira en torno al poder de una familia, que al ser pasado de su padre senil y en decadencia, a sus hijos, se va diluyendo en medio de intrigas y conspiraciones hasta perder su reino; y de cómo el hijo menor se hace a cargo de la familia, a pesar de su apariencia noble. Lo único cierto es que la película no es totalmente fiel a la novela, y difiere en varias partes con respecto a ésta, ya que el mismo Puzo, con la ayuda de Coppola, reescribió la historia para el cine. Es éste pues, uno de los pocos casos en que la película supera, y con creces, a la novela…. Y eso ya es demasiado.

Solo resta darte gracias Francis Ford Coppola, por regalarnos esta joya, por enseñarnos cómo se hace cine de autor. Se te perdona el gran pecado de no haber creído en tu inspiración divina, pues dicho por tú mismo: “al hacer esta película pensaba únicamente en mi verdadero amor y proyecto de vida: Apocalypse now”, de 1979. Aunque en 1974 con la segunda parte, igual de magistral a la primera, mostrarías total arrepentimiento. Ya en 1990, expiarías tus culpas, con la tercera y última parte de la saga, no tan brillante como las anteriores. Lamentablemente la cuarta parte aún no se vislumbra, pues cuando estaba en etapa de gestación en 1999, su impulsor principal: Mario Puzo, murió. Hasta nuestros días no hay quien  abandere un proyecto de esa naturaleza. ¿Será ese respeto de carácter sobrenatural que infunde?,¿o será acaso ese miedo, muy de nosotros los mortales, de un fracaso seguro?, pues para tocar el cielo con las manos, se necesita de la musa de la inspiración, y en estos tiempos, ésta brilla por su ausencia.

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