Víctimas de la enfermedad de la arrogancia o borrachera del poder

Por: John Jairo Echeverri Salazar

Apuntalado en los múltiples  escándalos que propician personalidades de todo orden quienes  viven convencidos de que son intocables y al calor de unas copas, o  en sano juicio, se sienten los dueños del universo, prestos a infringir las disposiciones legales y a  ultrajar a las autoridades de menor rango que se atrevan a recordarles que las normas  obligan a todos por igual, el siquiatra Hernán Mira Fernández, columnista de El Periódico El Mundo,  se preguntaba el pasado miércoles: ¿El poder enferma?

Dada su profesión, el reconocido profesor formulaba la pregunta por la forma desatinada como se comportan los llamados a dar ejemplo y plantea la forma como afecta, psicológicamente, a las personas el ejercicio del poder.

Basado en  el  estudio Índice de Desarrollo Democrático de América Latina, dice que:

“En uno de los apartes del estudio, La enfermedad del poder, se precisa que la poca calidad institucional de esta región, puede estar directamente emparentada con el síndrome de hybris (o hubris) -enfermedad de la arrogancia o borrachera del poder- que los griegos señalaban en el héroe que conquista la gloria y que ebrio de poder y éxito, comienza a comportarse como un dios capaz de cualquier cosa. Se trata de una patología que afecta a ciertos políticos, que se inicia desde una megalomanía y termina en una acentuada paranoia.”

Tal vez en la enfermedad del poder radica la explicación a la desafortunada transformación que sufren los políticos, por lo menos los colombianos, cuando pasan de  simples  ciudadanos de a pié a libar de las mieles del poder. El estudio en cita  atribuye la embriaguez de los poderosos a:

“La corte de aduladores que rodea a quienes detentan el poder, es muy importante porque oculta la realidad al líder, no lo controla en sus excesos sino que los impulsa. Los partidos de estos políticos deberían hacer énfasis en detectar temprano los síntomas de la enfermedad para aplicar correctivos, dice el índice. Señala algunos: propensión narcisista a ver el mundo como escenario para mostrar su poder, confianza excesiva en su propio juicio y desprecio por el de los demás, un modo mesiánico de apreciar asuntos corrientes, tendencia a la exaltación, pérdida de contacto con la realidad con un paulatino aislamiento, y una creencia de que antes de rendir cuentas a la sociedad deben responder a la historia o a Dios y que esa corte les rendirá honores.”

De manera que ante un electorado complaciente solo nos queda prepararnos para sufrir la ya diagnosticada ENFERMEDAD DE LA ARROGANCIA o BORRACHERA DEL PODER, porque parodiando a W. Churchill: “Cada pueblo tiene a los borrachos que se merece”  o a Sophie Scholl,   joven alemana que se opuso al tercer Reich: "los pueblos tienen los borrachos que permiten”.

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